¡Gracias don Goyo! Escribe: Noé Ixbalanqué
Como cada año, los habitantes de Santiago Xalitzintla, en el estado de Puebla y que es la población más cercana al cráter de nuestro majestuoso volcán Popocatéptl, en unión con habitantes de poblaciones vecinas, acudieron en peregrinación para celebrar el cumpleaños del coloso, mejor conocido con mucho cariño como Don Goyo.
Este año familiares y un servidor decidimos acompañar en su devoción a los peregrinos de Xalitzintla hasta el ombligo de Don Goyo, una formación rocosa ubicada casi en la cima del volcán, a un kilómetro del cráter aproximadamente, para ofrecerle las flores que le llevamos y entonando las tradicionales mañanitas y porras a Don Goyo.
A las cuatro de la mañana ya estábamos en el zócalo de Xalitzintla, donde conocimos a Don Toño, el tiempero del pueblo que nos trató con mucha amabilidad. Luego, a eso de las 5 de la mañana, los peregrinos nos reunimos en casa de Don Toño, el mayordomo de la población, donde nos ofrecieron café, pan de dulce y unos ricos tamalitos de rajas. Antes se subir, se celebró un ritual prehispánico para pedir permiso a los dioses que moran en los cuatro vientos, al cielo y a la tierra; así como para pedirles buenas cosechas, buenas lluvias, además de fortaleza y voluntad para llegar a la meta trazada.
Así, iniciamos el trayecto de ascendencia al ombligo del volcán, donde hay un altar, para dejar nuestras ofrendas. Una hora aproximadamente en auto por un sendero en buen estado y luego cuatro horas caminando por la escarpada falda del coloso. Baste decir que las vistas a cada momento son espectaculares como lo fueron también la fuerza y voluntad de los caminantes a pesar de lo pesado y cansado del trayecto de ascensión. Fuerza y voluntad movidos por la devoción y amor que la gente le tiene al volcán.
Admirable y digno de reconocimiento para quienes llegan a ese venerado lugar, pero especialmente lo son los niños y niñas, que algunos de ellos -y uno que otro adulto- sufrieron mal de montaña pero siguieron subiendo. Son dignos de admiración también los dos matrimonios de jóvenes que nos topamos en la subida, pues subieron con sus hijos. Una de estas parejas iba con una pequeñita de unos dos años en hombros de su papá, y la otra pareja con un bebé de meses en un rebozo. Ellos llevaron a sus primogénitos para que Don Goyo les bendijese, me contaron.
Pero la pareja que se llevó nuestros corazones por su fortaleza, voluntad y luz fue un matrimonio integrado por él, cargando a cuestas dos bolsas y 77 años de edad; y por su esposa, con 72 años de vitalidad. Platicamos con ellos durante una parte del trayecto y era notoria su gran fortaleza, admirables realmente. Como la mayoría de nosotros, ellos no contaban con equipo especial de alpinismo ni algo parecido, pero si con las ganas suficientes para estar con Don Goyo. Fueron nuestra inspiración para seguir subiendo.
Llegar a la meseta donde se divisa la especie de cueva, o más bien, un altar narural que es el ombligo del Popo, llena de alegría y aún con la respiración entrecortada por el esfuerzo y las condiciones atmosféricas por la altura, le cantamos las mañanitas, le echamos porras y le ofrecimos con mucho respeto las flores que cargamos todo el camino de subida. Después y al son de la música de una banda de la población, nos dieron mole con tortillitas de mano. Después descansar un rato al regazo del volcán, regazo que forma la arenilla y la ceniza que, caliente, pareciera que nos abrazara con mucho cariño.
Al bajar, nos ofrecieron una rica torta de jamón para recuperar fuerza y regresar a casa con nuevos amigos y llenos de esa negra arenilla volcánica y de ceniza, pero también llenos de emoción, de regocijo, de una indescriptible sensación de bienestar y alegría, de esperanza y por supuesto mucho, mucho cansancio.
Personalmente fue un triunfo, pues he de confesar que estuve a punto de claudicar debido no solamente a lo exhausto que fue llegar a cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar, sino que este corazón que cargamos se está desvencijando y había temor de que fallara en cualquier momento. Sin embargo ¡llegamos! y el regocijo es enorme, Don Goyo con su gran nobleza me regaló el ánimo de seguir y que al bajar, y pese al gran cansancio y el riesgo de salud que implicó esta jornada, me sientiese mejor que al subir. Sensación que aún sigue aquí. No cabe duda que el espíritu supera a las limitaciones del cuerpo. El espíritu de uno, de los otros y del Popo, que juntos ayer, rehicimos mundo.
Esta fue una maravillosa experiencia no solamente por haber llegado casi a la cima de unos de los volcanes más altos de México y además en actividad, sino a la contagiosa devoción surgida ancestralmente y que aún se mantiene viva en la gente de las poblaciones cercanas a nuestro Popo, porque es un amor incondicional y benevolente que forma comunidad espiritual.
Texto y fotografías: Noé Ixbalanqué.